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22 de agosto de 2012

LA POLÍTICA NORTEAFRICANA DE CARLOS V

                                                    Mercedes Pordomingo
                                                    Alférez RV del ET 

Carlos V durante los cuarenta años de su reinado entiende los territorios norteafricanos como parte de una vasta herencia que ha de conservar y transmitir íntegra a su sucesor y heredero. Esta defensa la va a ejercer Carlos V a través de una política de control y de contención de la situación en Berbería, en la cual tiene cabida la cesión a órdenes militares de algunas tierras de difícil control desde España, caso de Trípoli, en la que entra los Orden de San Juan de Jerusalén en 1530, y el establecimiento de pactos de vasallaje con las autoridades de reinos musulmanes, como el realizado en 1535 con el jefe de la dinastía hafsí de Túnez, Muley Hassan.

Hasta tal punto el eje en torno al cual gira la política norteafricana de Carlos V es la conservación mediante la defensa, que incluso las escasas acciones de conquista que lleva a cabo al otro lado del Estrecho se justifican precisamente por la salvaguarda de los territorios amenazados. En este sentido la conquista de Túnez en 1535 se enmarca en la política de defensa de las posesiones italianas y la vigilancia de las comunicaciones en el Mediterráneo central del eje Nápoles- Sicilia.

La relación entre España y el norte de África también se advierte en todos y cada uno de los gobernadores que quedan al frente de los destinos de España en los períodos de ausencia de Carlos V. Así se advierte en la emperatriz Isabel para quien los intereses de Castilla en tierras de Berbería son objetivo prioritario de lo que ella entiende como frontera mediterránea, es decir, el litoral español y el norteafricano hasta Bugía. Y de igual manera se advierte este interés en el gobierno del príncipe Felipe entre  1543 y 1548, cuando ha de asumir el gobierno de los reinos españoles ante la salida de Carlos V hacia Alemania.

En 1547 se firma una tregua de cinco años entre la Cristiandad y el Islam a través de Carlos V y su hermano Fernando con el sultán otomano Solimán, al tiempo que se pacta una tregua con Francia en 1544. Y es precisamente la situación de calma en la que queda el Mediterráneo, sin el enfrentamiento de grandes armadas lo que favorece el auge del corso. Este auge, ya muy evidente desde la aparición en escena de los hermanos Barbarroja en la primera década del siglo XVI y, en especial, desde la pérdida cristiana del peñón de Argel en 1529, será uno de los elementos fundamentales que marquen la dificultad de Carlos V en su política de control y conservación de los territorios norteafricanos, de hecho la lucha de Carlos V en el norte de África durante los años cincuenta es, ante todo, una batalla contra los corsarios argelinos.


El 15 de agosto de 1551, Trípoli se entrega sin ofrecer resistencia por un pacto entre el maestre de la orden Gaspar de Vallier con el embajador francés ante el Turco. Pero Carlos V no muestra ninguna intención de organizar ninguna empresa para proceder a su recuperación, y seguirá con su política de defensa, de modo que incrementa los envíos de soldados, pertrechos y vituallas para la defensa de los presidios en tanto en cuanto la amenaza se acerca a sus posesiones cristianas, cesando estos socorros en cuanto la amenaza se aleja.

Estos presidios cristianos del norte de África, con el paso del tiempo, desarrollan una estrecha relación con tribus musulmanas que colaboran en el abastecimiento de la plaza a cambio de la protección cristiana frente al intento de control otomano. A finales del reinado de Carlos V es patente el recurso a los productos que estas tribus de “moros de paz” entregan al gobernador de la plaza a cambio de protección y también, a través de una venta preferente a precios especiales.

Durante el gobierno de Juana de Austria, a partir de 1554, ante la marcha de Felipe a Inglaterra para casarse con María Tudor, estalla con fuerza un problema que está agravándose en el norte de África desde hace años. La situación de los presidios españoles adquiere en 1554 unos tintes especialmente dramáticos, resultado de la situación de progresivo deterioro a la que se han visto sometidos desde poco después de su conquista. Melilla, Mazalquivir, Orán, La Goleta, Bugía y Mahida sufren la falta de pagas, de abastecimientos, y la falta de reaparaciones en las fortificaciones es cada vez más evidente. De ahí que en este año de 1554 se discuta en España la valía de estos presidios en su papel de control y defensa de la pujante amenaza del corso turco-berberisco en las aguas y costas del Mediterráneo occidental. O se procede a reforzarlos, o se abandonan definitivamente por ser en exceso gravosos para las arcas reales y haber quedado obsoletos en relación con los cometidos para los que fueron anexionados en su día. El Emperador no cede ante las presiones que intentan que abandone en bloque territorios que forman parte de su herencia patrimonial pero como la situación financiera de su imperio no le permite reforzar estos presidios, para que dejen de padecer todas las precariedades que al presente sufren y pueden dar al traste con ellos, incentiva una política de pactos con autoridades musulmanas del entorno.

En medio de esta discusión los acontecimientos se precipitan para desembocar en el verano de 1555 en la pérdida de Bugía. La plaza conquistada en 1510, sufría graves retrasos en sus pagas,y evidentes carencias en su alimentación y uniforme, lo cual eran motivos por los que la deserción fuese una salida frecuente y común para sus soldados. Ante estas circunstancias, cuando la flota de Salah Reis se desplaza a Bugía, no hay suficiente guarnición para defender la plaza y aunque Juana ordena el envío de un urgente socorro de galeras, poco se podrá hacer ante la capitulación de Alonso de Peralta.

En agosto de 1556 llegan alarmantes noticias desde Orán, la plaza española por excelencia en el norte de África y objetivo expreso de Argel desde la toma de Bugía acaba de ser sitiada. Juana  ya se había preocupado en los mese finales de 1555 de fortalecer la plaza con el envío de soldados extraordinarios, municiones y pertrechos, y esto unido a la pericia del conde de Alcaudete al organizar la defensa de la plaza fue la baza fundamental que pudieron oponer los españoles frente a un ataque que, cierto es, ya venía condicionado por la muerte por peste de Salah Rais cuando ya se habían movilizado numerosas galeras turcas y corsarias.

Este afortunado desenlace evita de momento a los españoles un nuevo descalabro, pero el emperador desde su retiro de Yuste, desde sus largos años de conocimiento de las formas de actuación y tácticas empleadas por turcos y berberiscos, intuye un nuevo ataque sobre Orán  en la primavera o el verano de 1557, ante lo cual inquiere que esta plaza vaya siendo provista de todo lo necesario para que pueda repeler un ataque enemigo, y añade “ pues si se perdiesse no querria hallarme en España ni en las Indias sino donde no lo oyesse, por la grande afrenta quel Rey recibiría en ella y el daño destos Reynos”. En esta breve pero tajante afirmación Carlos V no está sino demostrando su apoyo a la política de Juana respecto al norte de África, a la que anima a seguir gestionando todos los envíos posibles que favorezcan la continuidad de estas plazas en manos españolas. Pero el aún Emperador también llama así la atención a su hijo. Al insinuarle la repercusión que alcanzaría el tener una pérdida como la conquista de Orán por los musulmanes, lo que le está queriendo decir es que, por muy complicados que estén los asuntos en Europa, tiene un deber inexorable de conservación y defensa de las plazas que ha heredado al otro lado del Estrecho.
 

13 de agosto de 2012

ESPAÑA EN LA COSTA ATLÁNTICA DE ÁFRICA

                                                                                   Mercedes Pordomingo Esteban
                                                                                   Alférez RV del ET.

Paralelamente a nuestra presencia en la costa mediterránea de África, se produce la incursión de España en su costa atlántica.

En  1402 se inicia la conquista de las islas Canarias con la expedición a Lanzarote de los normandos Jean de Bethencourth y Gadifer de la Salle, sujetos al vasallaje de la Corona de Castilla y con el apoyo de la Santa sede.

Entre 1448 y 1459 se produjo una crisis entre Castilla y Portugal por el control de las islas, cuando Maciot de Bethencourth vendió el señorío de la isla de Lanzarote al príncipe portugués Enrique el Navegante, lo cual no fue aceptado por los nativos y castellanos residentes en la isla que iniciaron una revuelta que expulsó a los portugueses. Gran Canaria fue conquistada directamente por la Corona de Castilla, y desde ella, comienza la conquista de las demás islas occidentales, como la Palma o Tenerife. En 1496 culmina la conquista de Tenerife, siendo la última de las islas Canarias que queda incorporadas a la Corona de Castilla.

 En 1476 Diego García de Herrera, después de conquistar algunas de las islas Canarias y vender sus derechos feudales sobre ellas a los Reyes Católicos, se estableció en las costas del denominado por entonces Mar Menor de Berbería, sobre una fortaleza a la que puso el nombre de Santa Cruz de la Mar Pequeña. Estaba localizada en una ensenada conocida en esa época por los españoles como Mar Pequeña y actualmente como Puerto Cansado. Esta primera torre desapareció en 1485, aunque para ese año ya funcionaba otra factoría llamada San Bartolomé en Cabo Juby.


Lo que fue solo una ocupación de hecho se convirtió a  partir del 4 de septiembre de 1479, con el Tratado de Alcacovas, en algo de pleno derecho. Por este tratado Castilla reconocía las posesiones de Portugal en Fez y en la costa de Guinea y, a cambio, Portugal reconocía la de Canarias para la corona española.

El reparto africano se alteró con el descubrimiento de América, lo que obligó a ambas potencias a solventar sus discrepancias con el Tratado de Tordesillas, firmado el 7 de Junio de 1494. En él además de los límites atlánticos se establecían los del norte de África: Portugal se quedaba con el reino de Fez y Castilla con el de Tremecen, las ciudades de Melilla y Cazaza y la costa africana frontera con las Canarias, desde el cabo Bojador hasta el cabo Güera y la desembocadura del río Messa.

En 1495 Los Reyes Católicos dan órdenes a Alonso Fajardo, gobernador de Canarias, de reedificar la torre de Santa Cruz. Diego de Cabrera, enviado de Fajardo, viaja a la costa africana para entablar negociaciones con los jeques locales de cara a obtener facilidades al establecimiento español. En agosto de 1496, tras la aceptación de los jeques a convertirse en vasallos de Castilla, parte hacia Mar Pequeña una flotilla de cinco buques con materiales de construcción, albañiles y una escolta de soldados, iniciándose las obras que se terminarán en noviembre de ese mismo año.

La torre tendría planta cuadrada con ocho metros de lado y varios pisos. En el superior existían troneras y la terraza estaría defendida por un muro almenado. Sus funciones serían las de defensa y atalaya. Almacenes y tiendas montadas por los comerciantes ocasionales completarían el conjunto que estaría rodeado por un muro.

En junio de 1497 los Reyes Católicos ponen bajo su salvaguarda a todos los comerciantes magrebíes y saharauis que acudieran a la factoría, salvaguarda que se extendía a los que pagaran parias que no podrían ser atacados y capturados como esclavos. El volumen de negocios que se contrataba en la torre de Santa Cruz dejaba a la Hacienda Real unos cien mil maravedíes al año. Esto llevó a plantearse una mayor implantación española en la zona.
En febrero de 1499, cinco tribus que habitaban el valle del río Draa: Tagaos, Tagamarte, Ufran, Tamanarte y Aulajamar, que los castellanos englobaban en un reino llamado Bú-Tata, se declararon vasallos de los Reyes Católicos y al año siguiente se decide la construcción de nuevas fortalezas en cabo Bojador, la desembocadura del río Asaka y cabo Nun, (desembocadura del Draa) pero el proyecto no fructifica.Las disputas por los límites de los reinos de Fez y la costa fronteriza de Canarias llevaron a castellanos y portugueses a una nueva reunión. La convención de Sintra de 1509. Allí se estableció que la zona española en el norte de África comenzaba seis leguas al oeste del peñón de Vélez de la Gomera y se extendía hacia el este. Portugal tendría desde ese límite hacia el oeste, con toda la costa occidental menos la torre de Santa Cruz del Mar Pequeña, cuyos derechos de posesión se reconocían a España plenamente.

Santa Cruz es tomada por las tropas de los Jerifes Saaditas en 1524 y el resto de los asentamientos y factorías españolas son paulatinamente abandonados de forma que a finales del siglo XVI no queda ninguna.

7 de agosto de 2012

PORTUGAL Y LOS REYES CATÓLICOS LLEGAN AL NORTE DE ÁFRICA

                                                                                Mercedes Pordomingo
                                                                                Alférez RV

Entre los años 718 y 1230 en la Península Ibérica se forman los principales núcleos cristianos en los reinos de Asturias, Navarra, León, Galicia, Portugal, Aragón y Castilla.

En 1294 Portugal conquista Faro y consolidaba prácticamente sus actuales fronteras y Castilla unos años más tarde hacia lo propio aunque por el tratado de Jaén de 1246 había reconocido la existencia del reino nazarí de Granada, lo que determinó el estacionamiento de la frontera a lo largo de dos siglos y medio, que sin embargo, no hizo olvidar a los reyes cristianos el ideal de reconquista de España y la recuperación de sus fronteras naturales, es decir, hasta el Atlas. Por ello, cuando las circunstancias fueron propicias “fijáronse… las miradas de las dos naciones peninsulares en áfrica” y va ser precisamente Portugal la primera potencia que atraviesa el estrecho y en 1415 se apodera de Ceuta y se lanza a ocupar puestos y posiciones estratégicas en el litoral marroquí para proteger su navegación hacia el áfrica ecuatorial y Austral en su camino hacia la India. Así después de Ceuta, en 1471 se apoderaron los portugueses de Arcila y Tánger; Alcazárseguer en 1458, Agadir en 1505, Mogador en 1506, Safi en 1508 Azenmur en 1513 y Mazagán en 1514.  Pero la vida de los portugueses en estas ciudades fortificadas fue siempre difícil debido a los constantes ataques de los moros. Los alimentos, el agua y otros bienes necesarios para la vida cotidiana venían de Portugal o de España por mar o eran comprados a los moros que en tiempo de paz se disponían a comerciar con los portugueses.

Castilla pese a algunas acciones a lo largo del siglo XIV y XV, no había tenido la oportunidad de acercarse a las costas del norte de África y sus energías  las encauzaba hacia el reino nazarí de Granada.

El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón unificó, aunque fuera de forma personal ambos reinos y propició la formación de un estado moderno. Un asunto de las parias, manejado hábilmente por la diplomacia fernandina da lugar a una larga guerra de doce años que culmina con la toma de Granada en 1492 por los llamados Reyes Católicos.
Precisamente la fecha de 1492 marcará un hito fundamental en la historia de España, por un lado se acaba con el último estado musulmán, quedando solo irredenta la Transfretana, es decir, el norte de África, por lo que siguiendo la corriente mantenida por todos los reinos cristianos peninsulares del Medievo el paso inmediato hubiese sido pasar a África.

En su última voluntad la reina Isabel había pedido a su hija Juana y al esposo de ésta Felipe, que intentaran seguir adelante con la conquista de África para continuar con la labor de lucha contra el Islam. La temprana muerte del Habsburgo y la incapacidad de la hija de los Reyes Católicos acabarían por transferir esta misión a Fernando de Aragón quien, en la primera década del siglo XVI, y conjugando los intereses de Castilla y Aragón en el norte de África, posibilitó la adquisición de nuevas plazas en el continente vecino Melilla (1497), Mazalquivir y Cazaza (1506), Vélez de la Gomera (1508), Orán (1509) Bugía y Trípoli (1510)


 Este proyecto necesitaba de otro de los grandes pilares de la política exterior de Fernando: “paz entre cristianos, y guerra contra los infieles”. Para ello era necesaria la paz europea mediante una alianza hispano-inglesa que obligara a Francia a abandonar su expansionismo italiano y por ende la lucha contra España. Esta conjunción no se dio, la guerra con Francia fue prácticamente endémica y la política de Enrique VIII de Inglaterra, de Maximiliano I de Alemania, así como de Venecia y el Papado obligaron a los Reyes Católicos a aplazar sine die la empresa norteafricana.

6 de agosto de 2012

DE ROMA AL CALIFATO DE CÓRDOBA

                                                                                                 Mercedes Pordomingo
                                                                                                 Alférez RV

 El Estrecho de Gibraltar marca en la actualidad un límite preciso entre dos mundos y dos culturas. En su orilla norte la Europa cristiana y latina, y en su orilla sur el África islámica y árabe. Más no siempre ha sido así y el Mar de Alborán fue en épocas pretéritas un nexo de unión siguiendo la ley geográfica de la atracción de la otra orilla en virtud del cual “el pueblo que posee una orilla por una inclinación tiende a dominar la otra”.
Fue así en todas las épocas históricas, desde los fenicios, a los cartagineses y sobre todo en la época imperial romana donde se comprendió perfectamente que la frontera de Hispania no era el entonces denominado Estrecho de Hércules, sino la cordillera del Atlas.
En el año 69 de nuestra era el emperador Otón, mediante decreto hace agregar la entonces denominada Septem Frates -hoy Ceuta- al convento jurídico de Gades (Cádiz) y denomina a la Mauritania, provincia de la Hispania Tingitana (el actual Marruecos), cuya capital era Tánger haciéndola depender en lo jurídico y en lo político de la provincia de la Bética.

Los romanos siguiendo un principio fundamental de geopolítica cierran el Estrecho de Hércules, uniendo política, jurídica y administrativamente las dos zonas del Estrecho.
La Tingitana sigue unida indisolublemente al gobierno de la Bética hasta el 429 en que es arrasada por los vándalos. En la península se ha formado entre tanto un reino hispano-godo y uno de sus reyes Teodoredo, sintiéndose continuador de la herencia hispano-romana decide recuperar la provincia perdida de Mauritania y en el 455 toma Ceuta y su hinterland mauritano.
Transcurren 110 años y la Hispania Tingitana continua dependiendo del reino hispano-godo hasta que Atanagildo se ve obligado a ceder en el 554, el Algarbe, la Bética, parte de la zona levantina y Mauritania al emperador bizantino Justiniano.



En el año 615 Sisebuto expulsa a los bizantinos de la Península y acto seguido reconquista Ceuta y parte de la Mauritania a lo que bautiza con el nombre de Hispania Transfretana, es decir, la España de más allá del Estrecho, del nombre latino Fretum Herculis, Estrecho de Hércules.
Wamba ve con clarividencia que la pérdida de las provincias africanas de España a manos de los árabes traería la pérdida de la propia identidad y entre el 672 y el 680 derrota naval y militarmente a los árabes en la Transfretana, retrasando seis lustros el asalto musulmán a España.
La Hispania Transfretana se pierde en una rapidísima campaña de los árabes y de sus nuevos correligionarios, los bereberes –raza autóctona del norte de África- y en el año 708 cae en sus manos la última ciudad española en África: Ceuta. Lo ocurrido a continuación es de lógica histórica, los que dominan una orilla del Estrecho tienden a dominar la de enfrente, y el reino hispano –godo desaparece, y surge una nueva España, la islámica o Al-Ándalus que domina la casi totalidad de la Península Ibérica, y la antigua Transfretana que a poco va a denominarse el Magreb – el Occidente- continuará unida al emirato y más tarde al Califato de Córdoba sin solución de continuidad.