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31 de octubre de 2021

LA GUARDIA CIVIL EN LOS SUCESOS DE ANNUAL

En el verano de 1921, se produjeron los trágicos hechos que han pasado a la Historia como el "Desastre de Annual". En aquellos aciagos días, los Guardias Civiles de la Compañía de Melilla, pertenecientes a la entonces Comandancia de Marruecos, tuvieron sus propias páginas de honor y gloria, que alcanzaron su más alta cota en la defensa de la fábrica de harinas del poblado de Nador

En 1921 las principales misiones de la Guardia Civil en el Protectorado de España en Marruecos eran el mantenimiento de la seguridad pública entre la población civil, mediante el tradicional despliegue territorial de compañías, líneas y puestos ubicados en plazas y poblados, así como el de servicio de campaña, ejerciendo funciones de policía militar en los campamentos, fuertes y destacamentos del Ejército.

A raíz de la publicación de la real orden circular de la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra de 22 de diciembre de 1920, la Comandancia de la Guardia Civil de Marruecos había quedado estructurada en 4 compañías de Infantería, con cabeceras en Ceuta, Tetuán, Melilla y Larache; 1 escuadrón de Caballería con cabecera en Ceuta y dos secciones de Caballería destacadas respectivamente en Melilla y Larache. 

El principio del "Desastre"

El año anterior se había iniciado por las fuerzas militares españolas mandadas por el general Silvestre, nuevo comandante general de Melilla, una penetración militar, que partiendo del río Kert, había profundizado hacia el oeste con la idea de alcanzar la bahía de Alhucemas.

El avance de las fuerzas del general Silvestre, casi sin oposición alguna, en lo que se denominaron "operaciones de policía", fue progresando hasta que a principios del mes de junio se alcanzó el valle de Amekrán, estableciéndose el grueso de dichas fuerzas expedicionarias en el llano de  Annual. Sin embargo al cruzarse el río Amekrán, la posición avanzada en el monte Abarrán fue violentamente atacada y cayó a las pocas horas de ser levantada. La tragedia había comenzado.  

Cuando el 16 de julio se iniciaron las primeras acciones de las cabilas rebeldes lideradas por Abd el Krim, comenzó la caía en cadena de todas las posiciones militares y con ellas cayeron también los puestos de la Guardia Civil pertenecientes a la compañía de Melilla, que desconocían por completo lo que estaba sucediendo,y que fueron prácticamente abandonados a su suerte en medio de un dantesco caos. 

Mientras que cerca de diez mil soldados del Ejército español eran masacrados  y se producía una desesperada desbandada de los supervivientes, comenzó también el cerco y asedio de las pocas posiciones que pudieron resistir en los primeros momentos.Los puestos aislados de la Guardia Civil, sin enlace alguno con Melilla, actuaron conforme a la angustiosa iniciativa del más caracterizado, quien además no sólo tenía la responsabilidad de la vida de sus subordinados sino también, en algunos casos, de las mujeres y niños que vivían con ellos en las casas-cuarteles.

Los comandantes de los puestos de la Guardia Civil, integrados en su mayoría por un cabo y cuatro o cinco guardias, al tener noticia del desastre militar, bien por boca de los propios supervivientes que huían en desbandada hacia Melilla o incluso por algunos nativos amigos que les advirtieron de lo que estaba sucediendo, tomaron la decisión en unos casos de replegarse sobre la citada plaza y en otros, al no darles tiempo para ello al verse desbordados por la situación y ser cercados, organizar la defensa de unas casas-cuarteles que carecían de la más mínima fortificación o replegarse sobre los campamentos militares.  

La historia de la Guardia Civil en los sucesos de Annual es la de un puñado de hombres que hicieron frente a un destino dramático con temple, coraje, audacia y el valor sereno y extraordinario. Y como muestra traemos aquí el testimonio de su actuación en torno a Nador, donde la Guardia Civil escribió una de sus páginas de dolor y de honor.

Desde el día 22 de julio, al tener confusas noticias de lo que estaba sucediendo y ver que todos los españoles huían con sus familias hacia Melilla, la fuerza del Puesto de San Juan de las Minas, compuesta por el cabo Juan Ruiz Sánchez y los guardias Cándido Puertas, Félix Quintero, Matías Labrador y Manuel Rastrojo, se había atrincherado en la azotea de la casa-cuartel. En su interior se encontraban la esposa, la hermana y las tres hijas de corta edad del primero de ellos.  

Por indicación de un oficial del Ejército, el cabo Ruiz decidió al día siguiente evacuar la casa-cuartel y replegarse hasta el cercano poblado de Segangan en donde existía otro puesto del benemérito Instituto. Sin embargo cuando llegaron al mismo comprobaron que también había sido abandonado, sufriendo allí el inesperado ataque de los rifeños que les obligó a refugiarse en la casa-cuartel.

Ya para entonces la fuerza del Puesto de la Guardia Civil de Segangan, a cuyo frente se encontraba el alférez Lisardo Pérez García, se había replegado a su vez por propia iniciativa sobre el poblado de Nador, cabecera de la Línea, mandada por el teniente Ricardo Fresno Urzay.

 


 

El 24 de julio las cabilas rebeldes iniciaron el ataque a Nador, en donde la guarnición española, muy disminuida al haberse marchado el grueso a Annual, estaba bajo el mando del teniente coronel de Infantería Francisco Pardo Agudín. Sólo se habían quedado un par de secciones de Infantería pertenecientes a la Brigada Disciplinaria, así como las fuerzas concentradas de varios puestos de la Línea de la Guardia Civil de Nador.

El teniente Fresno, en aquellos tensos y dramáticos momentos, empezó a distinguirse desde el primer instante por su temple y bizarría. De hecho, cuando llegó a la estación de Nador el último tren que pudo escapar de Arruit, hizo bajar del mismo a todos los soldados que encontró, poniéndolos inmediatamente a disposición del teniente coronel Pardo para que cooperaran en las labores de defensa.

Incluso en la noche del 23 de julio, dicho teniente fue todavía reclutando para la defensa, casi a viva fuerza, a cuantas clases e individuos de tropa del Ejército que huyendo de la matanza de Annual, se encontró deambulando por las calles de Nador.

Inicialmente y dadas las escasas posibilidades de defensa del poblado, los efectivos se atrincheraron en espera del envío de los refuerzos prometidos desde la cercana plaza de Melilla en dos baluartes: la iglesia y la fábrica de harina. El alférez Lisardo Pérez, con tropa propia y parte de una sección de Infantería, fue inicialmente el encargado de la defensa de la iglesia que el teniente Fresno había ordenado ocupar y fortificar el día anterior.

El resto se atrincheró, bajo el mando del teniente coronel Pardo, en la fábrica de harina, pues era el edificio más sólido y que mejor posición defensiva y protección ofrecía. Durante los dos primeros días los rebeldes si bien tirotearon ambos reductos prefirieron dedicarse en su mayor parte a saquear y destruir las viviendas y comercios abandonados por los españoles. Desde las dos torres de la iglesia, guardias civiles y soldados fueron impotentes testigos de todo aquello. 

 


 

Sin embargo, al atardecer del día 25, dado que la situación y la intensidad de los ataques se recrudecieron como consecuencia de la llegada de más fuerzas rifeñas, el teniente coronel Pardo ordenó el abandono del baluarte de la iglesia ya que se encontraba bastante separado y consideró que era mejor mantener a todos los efectivos reunidos en una única posición. Entre sus defensores se había distinguido por su certera puntería el guardia civil 1.º de Caballería José Sánchez Callejón, quien había causado con su carabina máuser numerosas bajas a los rebeldes.

La evacuación de la iglesia no fue tarea fácil, costando varios heridos a sus defensores que fueron constantemente acosados por las calles. Al llegar a la fábrica de harina la situación no era mucho mejor, contabilizándose también varios muertos y heridos entre los defensores de la misma, incluido entre aquellos últimos el propio teniente Fresno que había recibido un impacto de bala en la pierna izquierda. 

Los rebeldes, que se habían hecho con un cañón tomado en Annual, abrieron fuego sobre el edificio, causando grandes destrozos a la vez que hacían sobre él incesante fuego de fusilería. La defensa, como reconoce el propio Juan Pando Despierto, doctor en Geografía e Historia y consumado investigador africanista en su interesantísima obra "Historia secreta de Annual", editada en 1999 por Ediciones Temas de Hoy, estaría vertebrada por el reducido núcleo de guardias civiles que fueron realmente quienes mantuvieron el verdadero espíritu de defensa y lucha. 

El asedio se fue prolongando durante diez días, sin que los ansiados y prometidos refuerzos de Melilla llegaran a aparecer, pues en aquella plaza todavía tenían la prioridad de asegurar su propia defensa y esperar la llegada de más fuerzas procedentes de Ceuta y la Península para poder acudir en su ayuda y empezar a recuperar el territorio perdido. 

 


El día 2 de agosto, con casi cincuenta bajas propias entre muertos y heridos, agotadas las municiones y los víveres, con el edificio en ruinas por las explosiones de las granadas y los disparos de cañón así como sin esperanza de poder recibir ya el prometido auxilio de Melilla, que distaba tan sólo quince kilómetros, el teniente coronel Pardo, para salvar la vida de los defensores, familiares y demás paisanos que se encontraban con ellos, decidió aceptar la rendición y ordenó la entrega de las armas.

Esta vez, y al contrario que lo que dramáticamente acontecería en Monte Arruit una semana después, el pacto de rendición se cumplió por parte rifeña y se respetaron las vidas de los defensores. Una vez abandonado el semiderruido edificio se formó una columna con los supervivientes que con una bandera blanca al frente se dirigieron a Melilla.

Como nota curiosa apuntar que los miembros de la Guardia Civil, tras entregar sus armas largas y empezar a formar junto al resto de los defensores, pudieron conservar sus pistolas ya que formaban parte de su uniformidad y el jefe de los rifeños quiso distinguirlos como muestra de respeto y consideración que aquellos hombres les merecía. 

 

Guardias civiles defensores de la fábrica de harina de Nador





La matanza del Puesto de Zeluán

Mientras transcurría el excepcional episodio de Nador, la persecución y matanza de los soldados españoles que intentaban alcanzar la plaza de Melilla o se encontraban cercados continuaba en su pleno apogeo. Una de las endebles posiciones atacadas fue la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zeluán, cuyos defensores terminaron por replegarse sobre la alcazaba en donde se habían hecho fuertes cerca de quinientos hombres, en su mayor parte soldados huídos de otras posiciones.

El día 3 de agosto, tras diez días de heroica resistencia y haber agotado sus municiones y víveres, los componentes del Puesto de Zeluán, al igual que el resto de fuerzas del Ejército que allí se quedaron defendiéndose contra un enemigo infinitamente superior, fueron convencidas por los rifeños de que se les respetarían sus vidas y podrían marcharse a Melilla si entregaban sus armas.

El cabo Francisco Carrión Jiménez, comandante del puesto de la Guardia Civil cumplió las órdenes recibidas del jefe de las fuerzas militares defensoras españolas, el capitán de Infantería Ricardo Carrasco Egaña, quien acabó por aceptar el ofrecimiento ya que además al parecer el intermediario era un indígena conocido y de confianza.

Sin embargo, esta vez, y a modo de trágica premonición de lo que pocos días después, el 9 de agosto, pasaría con las fuerzas españolas que bajo el mando del general Navarro se encontraban sitiadas en Monte Arruit, el pacto no se cumplió. Nada más abandonar la alcazaba los oficiales y sus soldados así como los guardias civiles, fueron brutalmente perseguidos, torturados, degollados y arrebatados sus uniformes antes de quemar sus cuerpos en las mayor parte de los casos. 

 Con la llegada de refuerzos a Melilla durante las semanas y meses siguientes de haberse culminado el Desastre de Annual, se iniciaría la lenta reconquista de la región ocupada por los rifeños rebeldes. La Guardia Civil destacada en Melilla y la concentrada procedente de Ceuta y la Península, compuesta esta última por 1 oficial, 1 sargento, 1 cabo, 2 cornetas y 47 guardias, acompañaría en su avance al resto de las unidades militares con la finalidad por un lado de irse asentando nuevamente en los antiguos puestos perdidos, haciéndose cargo de la seguridad pública en los territorios recuperados y por otro prestar el consabido servicio de campaña. 

Sirva esta reseña como homenaje a todos los guardias civiles que hicieron frente a la tragedia de Annual con valor demostrado y con el honor que llevan como divisa, y para que sus nombres y su ejemplo nunca se olviden.

 Fuentes

Jesús Narciso Núñez Calvo     Revista Guardia Civil 
 


 

18 de julio de 2021

JAQUE MATE. EL DRAMA DE MONTE ARRUIT

Con la caída de Annual el día 21 de julio y el trágico comienzo del derrumbe del frente oriental, el alto comisario, el general Berenguer decide suspender las operaciones en el frente occidental del Protectorado y ordena que se dispongan para marchar hacia Melilla las unidades militares más operativas, los Regulares y la recién creada Legión, que hasta entonces operaban con éxito frente al Raisuni en las montañas de Tazarut, en la región de Yebala.

La noche del 21 al 22 de julio la I y la II Bandera de la Legión se desplazan a Tetuán en una marcha que pone al límite sus fuerzas al recorrer 100 Kms en 30 horas, y desde allí a Ceuta donde embarcan en el “Ciudad de Cádiz” rumbo a Melilla donde llegan el día 23. Allí son testigos del miedo y la excitación que recorre la ciudad. La noche anterior habían empezado a llegar algunos escapados del Desastre y sus testimonios hicieron creer a la ciudad que los rifeños y el propio Abd el Krim caerían sobre la ciudad. Lo cierto es que la ciudad que durante los días anteriores había estado prácticamente indefensa, no fue atacada y, que existen distintas teorías que explican esta inacción de los rifeños a las puertas de la ciudad.

A la llegada de Millán Astray con la Legión, le sucede el día 24 la llegada de más tropas de la Península, y un cuantioso material militar, que constituyen los refuerzos que permiten a Berenguer organizar un cinturón defensivo en torno a la ciudad. Mientras tanto se había perdido el contacto con la columna que retrocedía hacia Melilla al mando del general Navarro. Al fin,  el 29 de julio se logra restablecer la comunicación y se informa  que la columna de Navarro ha entrado en Monte Arruit.

  

En esta posición se reunieron uno tres mil hombres, exhaustos y mal armados, pues la poca a artillería que les quedaba se perdió a sus puertas. Además contaba con un gran número de heridos que se iría incrementando por su lamentable situación sanitaria.

En estos momentos de lo que había sido la Comandancia de Melilla apenas quedaba Monte Arruit y algunas posiciones aisladas que no tardaron en capitular o en caer en manos de los rifeños. Entre ellas podemos destacar Nador y Zeluán, que a pesar de su proximidad a Melilla no fueron socorridas.

  

El 2 de agosto sucumbió Nador. Tras un penoso asedio se rindió y las vidas de civiles y militares fueron respetadas gracias a la mediación de Abd el Kader, jefe de cabila adepto a España.

Zeluán sucumbía al día siguiente y sus defensores no gozaron de la misma fortuna. Cuando se les hizo imposible seguir resistiendo al cerco de los rifeños, capitularon y fueron asesinados allí mismo. El capitán Carrasco y el teniente Fernández sufrieron una de aquellas torturas tan espantosamente típicas: fueron amordazados, atados uno junto al otro, recibieron varios disparos y, finalmente, murieron quemados vivos delante de todos sus compañeros.

Los refugiados en Monte Arruit, se convirtieron en la única resistencia española a la revuelta de Abd el Krim. Su situación se agravaba por el hambre, la sed que enloquecía a los hombres en los parapetos, por las continuas bajas que producían los bombardeos de los sitiadores y por la falta absoluta de condiciones sanitarias que impidió la asistencia aunque fuese mínima, del creciente número de heridos, muchos de los cuales murieron víctimas de la gangrena. Este fue también el final del teniente coronel Fernando Primo de Rivera, que murió el 6 de agosto tras haber sufrido la amputación sin anestesia de un brazo.

                                     El teniente coronel Fernando Primo de Rivera 

                                                           

 La aviación militar española que en estas campañas dio un paso de gigante, vio condicionada su apoyo a la escasez de aparatos. Sin embargo los ecos del Desastre en la Península aceleraron la compra de aviones que proporcionaron al Protectorado los primeros aparatos De Havilland DH-4, DH-9 y DH-9A que intentaron abastecer a Monte Arruit. Fue el único apoyo que recibieron, y los defensores de la plaza contemplaban con como a pesar de los esfuerzos de las tripulaciones  que inauguraron el  “vuelo a la española” las provisiones caían en muchas ocasiones fuera de la posición, y veían con rabia como los rifeños se quedaban con los víveres.

Navarro que sabía que en esas circunstancias no podían mantenerse mucho más tiempo, preguntó a Melilla si le iban a mandar una columna de auxilio. Monte Arruit era un símbolo y la incapacidad para socorrer a esta posición a tan pocos Kms de Melilla era una humillación tanto para el ejército español,  como para la opinión pública española a la que llegaba la información de lo que estaba ocurriendo gracias a la prensa. Una información mediatizada y con retraso, pero que creó una gran conmoción en la sociedad española.

 El general Riquelme sugirió a Berenguer la formación de una columna para llegar a Monte Arruit, sin embargo el alto comisario no accedió alegando insuficiencia de fuerzas y la indefensión en la que volvería a quedar Melilla. Berenguer vio en esa improvisación la sombra de un segundo fracaso por el que no estaba dispuesto a pasar y el gobierno de Madrid no estaba en condiciones de apoyar una decisión de ese tipo, así que Navarro impulsado por el agotamiento, perdida la esperanza de recibir ayuda y alentado por los despachos del alto comisario que le instaba a entrar en negociaciones con Abd el Krim al fin decidió negociar.

La negociación no se llevó a cabo con el líder rifeño sino con algunos jefes de cabilas, y se pactó la entrega de armamento a cambio del respeto de la vida de los asediados y la facilitación de una escolta que les permitiera llegar a Melilla. Pero, una vez entregadas las armas, el general junto a la mayoría de jefes y oficiales, fueron apartados del resto del grupo y alejados de la posición. A continuación los rifeños irrumpieron en el interior del recinto y comenzó a masacrar con horribles rituales de tortura a las tropas españolas que se disponían a evacuarla. Cuando aquello acabó los cuervos eran los únicos seres vivos en Monte Arruit.

Había sido el último capítulo del desastre. Después de doce años de presencia española en esta zona el ejército había vuelto a las posiciones de 1909, a los alrededores de Melilla.

El territorio ocupado poco a poco, con gran sacrificio de vidas y dinero, se había evaporado en apenas veinte días del caluroso verano del Rif. Y entre diez mil y doce mil soldados españoles, según las fuentes, habían dejado su vida en aquellas tierras. Junto a todo ello unos centenares de militares habían sido hechos prisioneros, lo que daría lugar a otro conflicto nacional en torno a su suerte y a su posible rescate, un problema que se alargaría durante año y medio.

  

A pesar de la censura de prensa el país quedó conmocionado y  desde todos los sectores de la vida pública contra los responsables de esta catástrofe. El gobierno hizo efectiva su dimisión, que ya tenía prevista desde días antes. El nuevo gabinete tomó posesión el 14 de agosto presidido por Antonio Maura, el hombre que se había visto obligado  a dejar este puesto por el descalabro del barranco del Lobo en 1909. Ahora volvía a tomar las riendas, cuando era imprescindible reorientar la andadura española en el Protectorado.

El general Berenguer presentó su dimisión que no fue aceptada aunque se le mantuvo al margen de la investigación que el anterior ministro del ramo de la Guerra había encargado al general Juan Picasso el día 4 de agosto.

El 12 de septiembre de 1921 el ejército español, fuertemente reforzado, comenzó la contraofensiva para recuperar el terreno perdido. Un avance planificado al mando de los generales Sanjurjo y Cavalcanti avanzó lentamente hacia Nador. El 14 de octubre llegaron a Zeluán donde pudieron conocer de primera mano los detalles del desastre de julio; cadáveres insepultos, quemados y descuartizados. A partir de aquí éste constituyó el paisaje cotidiano que las tropas fueron encontrando en su avance. En Monte Arruit la catástrofe adquiría tintes dantescos. La brutalidad y la muerte se mostraban allí descarnadas. Un espectáculo capaz de perturbar el ánimo más endurecido, como así lo muestra el entonces comandante legionario Francisco Franco que afirma en una lacónica pero contundente alusión “renuncio a descubrir el horrendo cuadro que se presenta a nuestra vista. La mayoría de los cadáveres han sido profanados o bárbaramente mutilados”.

 

Imagen de la entrada a Monte Arruit cuando las tropas españolas reconquistaron la posición

 

La pacificación del Rif  no se conseguiría hasta que Alhucemas, la obsesión de Silvestre, fuese el escenario de un desembarco hispano francés en 1925, que supondría el epilogo del estado rifeño. No obstante los combates prosiguieron tanto en la parte española como en la francesa y habría que esperar hasta el mes de julio de 1926 para que el Marruecos español fuese una realidad concreta  y no sobre el papel como lo había sido durante tanto tiempo.

Fue el 10 de julio de 1927 cuando se señaló oficialmente el final de la rebelión del Rif, seis años después del aquel fatídico verano de 1921.

Este verano se cumple 100 años de unos sucesos que marcaron a la sociedad y a la historia española. Pero más allá de todas sus repercusiones políticas y militares, quiero dedicar esta reseña histórica y las dos anteriores como mi sincero homenaje a todos los soldados españoles que murieron sin pedir ni rehusar. Se lo debemos porque murieron con las botas puestas.