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18 de julio de 2021

JAQUE MATE. EL DRAMA DE MONTE ARRUIT

Con la caída de Annual el día 21 de julio y el trágico comienzo del derrumbe del frente oriental, el alto comisario, el general Berenguer decide suspender las operaciones en el frente occidental del Protectorado y ordena que se dispongan para marchar hacia Melilla las unidades militares más operativas, los Regulares y la recién creada Legión, que hasta entonces operaban con éxito frente al Raisuni en las montañas de Tazarut, en la región de Yebala.

La noche del 21 al 22 de julio la I y la II Bandera de la Legión se desplazan a Tetuán en una marcha que pone al límite sus fuerzas al recorrer 100 Kms en 30 horas, y desde allí a Ceuta donde embarcan en el “Ciudad de Cádiz” rumbo a Melilla donde llegan el día 23. Allí son testigos del miedo y la excitación que recorre la ciudad. La noche anterior habían empezado a llegar algunos escapados del Desastre y sus testimonios hicieron creer a la ciudad que los rifeños y el propio Abd el Krim caerían sobre la ciudad. Lo cierto es que la ciudad que durante los días anteriores había estado prácticamente indefensa, no fue atacada y, que existen distintas teorías que explican esta inacción de los rifeños a las puertas de la ciudad.

A la llegada de Millán Astray con la Legión, le sucede el día 24 la llegada de más tropas de la Península, y un cuantioso material militar, que constituyen los refuerzos que permiten a Berenguer organizar un cinturón defensivo en torno a la ciudad. Mientras tanto se había perdido el contacto con la columna que retrocedía hacia Melilla al mando del general Navarro. Al fin,  el 29 de julio se logra restablecer la comunicación y se informa  que la columna de Navarro ha entrado en Monte Arruit.

  

En esta posición se reunieron uno tres mil hombres, exhaustos y mal armados, pues la poca a artillería que les quedaba se perdió a sus puertas. Además contaba con un gran número de heridos que se iría incrementando por su lamentable situación sanitaria.

En estos momentos de lo que había sido la Comandancia de Melilla apenas quedaba Monte Arruit y algunas posiciones aisladas que no tardaron en capitular o en caer en manos de los rifeños. Entre ellas podemos destacar Nador y Zeluán, que a pesar de su proximidad a Melilla no fueron socorridas.

  

El 2 de agosto sucumbió Nador. Tras un penoso asedio se rindió y las vidas de civiles y militares fueron respetadas gracias a la mediación de Abd el Kader, jefe de cabila adepto a España.

Zeluán sucumbía al día siguiente y sus defensores no gozaron de la misma fortuna. Cuando se les hizo imposible seguir resistiendo al cerco de los rifeños, capitularon y fueron asesinados allí mismo. El capitán Carrasco y el teniente Fernández sufrieron una de aquellas torturas tan espantosamente típicas: fueron amordazados, atados uno junto al otro, recibieron varios disparos y, finalmente, murieron quemados vivos delante de todos sus compañeros.

Los refugiados en Monte Arruit, se convirtieron en la única resistencia española a la revuelta de Abd el Krim. Su situación se agravaba por el hambre, la sed que enloquecía a los hombres en los parapetos, por las continuas bajas que producían los bombardeos de los sitiadores y por la falta absoluta de condiciones sanitarias que impidió la asistencia aunque fuese mínima, del creciente número de heridos, muchos de los cuales murieron víctimas de la gangrena. Este fue también el final del teniente coronel Fernando Primo de Rivera, que murió el 6 de agosto tras haber sufrido la amputación sin anestesia de un brazo.

                                     El teniente coronel Fernando Primo de Rivera 

                                                           

 La aviación militar española que en estas campañas dio un paso de gigante, vio condicionada su apoyo a la escasez de aparatos. Sin embargo los ecos del Desastre en la Península aceleraron la compra de aviones que proporcionaron al Protectorado los primeros aparatos De Havilland DH-4, DH-9 y DH-9A que intentaron abastecer a Monte Arruit. Fue el único apoyo que recibieron, y los defensores de la plaza contemplaban con como a pesar de los esfuerzos de las tripulaciones  que inauguraron el  “vuelo a la española” las provisiones caían en muchas ocasiones fuera de la posición, y veían con rabia como los rifeños se quedaban con los víveres.

Navarro que sabía que en esas circunstancias no podían mantenerse mucho más tiempo, preguntó a Melilla si le iban a mandar una columna de auxilio. Monte Arruit era un símbolo y la incapacidad para socorrer a esta posición a tan pocos Kms de Melilla era una humillación tanto para el ejército español,  como para la opinión pública española a la que llegaba la información de lo que estaba ocurriendo gracias a la prensa. Una información mediatizada y con retraso, pero que creó una gran conmoción en la sociedad española.

 El general Riquelme sugirió a Berenguer la formación de una columna para llegar a Monte Arruit, sin embargo el alto comisario no accedió alegando insuficiencia de fuerzas y la indefensión en la que volvería a quedar Melilla. Berenguer vio en esa improvisación la sombra de un segundo fracaso por el que no estaba dispuesto a pasar y el gobierno de Madrid no estaba en condiciones de apoyar una decisión de ese tipo, así que Navarro impulsado por el agotamiento, perdida la esperanza de recibir ayuda y alentado por los despachos del alto comisario que le instaba a entrar en negociaciones con Abd el Krim al fin decidió negociar.

La negociación no se llevó a cabo con el líder rifeño sino con algunos jefes de cabilas, y se pactó la entrega de armamento a cambio del respeto de la vida de los asediados y la facilitación de una escolta que les permitiera llegar a Melilla. Pero, una vez entregadas las armas, el general junto a la mayoría de jefes y oficiales, fueron apartados del resto del grupo y alejados de la posición. A continuación los rifeños irrumpieron en el interior del recinto y comenzó a masacrar con horribles rituales de tortura a las tropas españolas que se disponían a evacuarla. Cuando aquello acabó los cuervos eran los únicos seres vivos en Monte Arruit.

Había sido el último capítulo del desastre. Después de doce años de presencia española en esta zona el ejército había vuelto a las posiciones de 1909, a los alrededores de Melilla.

El territorio ocupado poco a poco, con gran sacrificio de vidas y dinero, se había evaporado en apenas veinte días del caluroso verano del Rif. Y entre diez mil y doce mil soldados españoles, según las fuentes, habían dejado su vida en aquellas tierras. Junto a todo ello unos centenares de militares habían sido hechos prisioneros, lo que daría lugar a otro conflicto nacional en torno a su suerte y a su posible rescate, un problema que se alargaría durante año y medio.

  

A pesar de la censura de prensa el país quedó conmocionado y  desde todos los sectores de la vida pública contra los responsables de esta catástrofe. El gobierno hizo efectiva su dimisión, que ya tenía prevista desde días antes. El nuevo gabinete tomó posesión el 14 de agosto presidido por Antonio Maura, el hombre que se había visto obligado  a dejar este puesto por el descalabro del barranco del Lobo en 1909. Ahora volvía a tomar las riendas, cuando era imprescindible reorientar la andadura española en el Protectorado.

El general Berenguer presentó su dimisión que no fue aceptada aunque se le mantuvo al margen de la investigación que el anterior ministro del ramo de la Guerra había encargado al general Juan Picasso el día 4 de agosto.

El 12 de septiembre de 1921 el ejército español, fuertemente reforzado, comenzó la contraofensiva para recuperar el terreno perdido. Un avance planificado al mando de los generales Sanjurjo y Cavalcanti avanzó lentamente hacia Nador. El 14 de octubre llegaron a Zeluán donde pudieron conocer de primera mano los detalles del desastre de julio; cadáveres insepultos, quemados y descuartizados. A partir de aquí éste constituyó el paisaje cotidiano que las tropas fueron encontrando en su avance. En Monte Arruit la catástrofe adquiría tintes dantescos. La brutalidad y la muerte se mostraban allí descarnadas. Un espectáculo capaz de perturbar el ánimo más endurecido, como así lo muestra el entonces comandante legionario Francisco Franco que afirma en una lacónica pero contundente alusión “renuncio a descubrir el horrendo cuadro que se presenta a nuestra vista. La mayoría de los cadáveres han sido profanados o bárbaramente mutilados”.

 

Imagen de la entrada a Monte Arruit cuando las tropas españolas reconquistaron la posición

 

La pacificación del Rif  no se conseguiría hasta que Alhucemas, la obsesión de Silvestre, fuese el escenario de un desembarco hispano francés en 1925, que supondría el epilogo del estado rifeño. No obstante los combates prosiguieron tanto en la parte española como en la francesa y habría que esperar hasta el mes de julio de 1926 para que el Marruecos español fuese una realidad concreta  y no sobre el papel como lo había sido durante tanto tiempo.

Fue el 10 de julio de 1927 cuando se señaló oficialmente el final de la rebelión del Rif, seis años después del aquel fatídico verano de 1921.

Este verano se cumple 100 años de unos sucesos que marcaron a la sociedad y a la historia española. Pero más allá de todas sus repercusiones políticas y militares, quiero dedicar esta reseña histórica y las dos anteriores como mi sincero homenaje a todos los soldados españoles que murieron sin pedir ni rehusar. Se lo debemos porque murieron con las botas puestas.  

 

 

14 de julio de 2021

DE IGUERIBEN A MONTE ARRUIT. POLVO, SUDOR Y LÁGRIMAS.


Abarrán fue un aviso de lo que vendría, un ensayo de fuerzas y de modo de operar, un primer ejercicio de ataque.

A pesar del fracaso rifeño en el ataque a Sidi Dris el día 2 de julio, la toma de Abarrán había demostrado la vulnerabilidad de los españoles y Abd el Krim no dudó en exhibir los cañones tomados, convenciendo así a los rifeños que unidos podrían derrotar a las tropas españolas, de modo que en pocos días los efectivos de su harka pasaron de 3.000 a 11.000 combatientes. Y el 17 de julio Abd el Krim antiguo funcionario de la Administración española en la Oficina de Asuntos Indígenas en Melilla, al mando de los Beni Urriagel y con el apoyo de las tribus cabileñas presuntamente aliadas de España, lanzó un ataque sobre todas las líneas españolas.

Igueriben ocupada el 7 de junio ocupaba una posición avanzada en la defensa del campamento de Annual, y guarnecida por 350 hombres al mando del comandante Benítez, no tardó en quedar sitiada. Durante cinco días y a pesar del esfuerzo heroico de tres columnas de refuerzo, los españoles se vieron incapaces de auxiliar la posición. Los defensores de Igueriben que resisten en una situación límite, sin alimentos, sin agua, y hostigados por el calor, la sed y la hediondez de los cadáveres insepultos, se ven obligados a beber “el líquido de las latas de pimientos, después la tinta y finalmente la orina con azúcar”

El día 21 de julio intenta llegar una nueva columna de socorro con un fuerte dispositivo que tras un feroz combate con los rifeños ha de replegarse a Annual con un gran número de bajas. Y ante la absoluta imposibilidad de socorrerlos, se autoriza a la guarnición a evacuar la posición.

Ante esa situación Benítez escribir  «Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros». A eso de las dos de la tarde ha digerido la decepción y, consciente ya de su sino, escribe a Silvestre: «Nunca esperé de V. E. recibir orden de evacuar esta posición, pero cumpliendo lo que me ordena, en este momento, y como la tropa nada tiene que ver con los errores cometidos por el mando, dispongo que empiece la retirada, cubriéndola y protegiéndola debidamente pues la oficialidad que integra esta posición conscientes de su deber, sabremos morir como mueren los oficiales españoles».

No contempla la rendición que podría ser su salvación. Los rifeños solían dejar vivir a los oficiales para exigir un rescate por su liberación pero liquidaban sin piedad a la tropa. Pero Benítez luchará con ellos hasta el final y dirige la última arenga a sus hombres bajo una lluvia de proyectiles.

Son sus últimas palabras. Tras ellas, el comandante empuña su pistola y emerge del parapeto atrayendo la atención de los moros para facilitar la huida de la columna principal, la que carga con los heridos. Los rifeños acribillan al diezmado contingente. Los españoles gritan, corren, disparan y, en último trance, acuchillan. Mueren matando. Benítez también.
 


El 21 de julio de 192, en el inhóspito y accidentado terreno del Rif, el Comandante de infantería Julio Benítez arenga al centenar de hombres que quedan vivos en la guarnición de Igueriben. Se preparan para morir. El teniente Casado Escudero, uno de los pocos supervivientes, refirió que «el comandante dirigió sin descanso la defensa (…), elevando la moral y su figura era admirada por todos los defensores, que desde el primer momento depositaron en él fe ciega por su bizarría»Por su heroica defensa de Igueriben, les fue concedida al Comandante Benítez y al Capitán de la Paz Orduña, la Cruz Laureada de San Fernando.



Sólo llegaron a Annual 25 supervivientes, de los cuales 16 murieron después de agotamiento o por beber demasiada agua.

El enemigo rifeño cobraba su segunda victoria sin posibilidad de contragolpe español.

De inmediato, el mismo día 21 de julio, los rifeños se lanzan contra Annual. Su situación, en el fondo de un valle y la escasez de municiones hacen imposible una defensa prolongada, por lo que tras un consejo de guerra el día 22 a las 4,55 de la madrugada, Silvestre enviaba su último telegrama anunciando su intención de replegarse a Ben Tieb, si le era posible, tras lo cual ordenó retirada general.

Se tomaron disposiciones apresuradas e inconcretas para el orden de salida y repliegue. Pero de manera general, no se siguió ningún orden ni se cumplieron los mínimos requisitos militares de proteger la columna mediante flancos organizados y escalonar la salida. Aunque la retirada comenzó con cierto orden pronto se transformó en una huida caótica, que el teniente coronel Pérez Ortiz, superviviente de este momento describió como “una avalancha humana” donde las unidades se mezclaron atropellándose unas a otras, mientras los que tropezaban y caían eran aplastados por los que seguían corriendo. Los mandos no podían contener a la tropa, cuando no huían ellos los primeros arrancándose los galones. El pánico de unos contagiaba a los otros que tiraban las armas y el equipaje para huir a más velocidad.

Silvestre que permanecía en Annual junto con los jefes y oficiales de su cuartel general, presenciaba atónito la desbandada. Después ya no se supo nada más.

La huida de las tropas continuó hasta Dar Drius sin haberse detenido en ninguna de las posiciones intermedias, ni siquiera en Ben Tieb, lugar elegido en los primeros planes como primera meta de la retirada, aunque en aquella zona ya no se veían hostilizados por el harca atacante. A Dar Drius llegaron los restos de la columna que había salido de Annual y todos los que habían abandonado las posiciones intermedias. Los coroneles Manella y Morales que habían tratado de proteger la retirada con un grupo de infantes fueron abatidos en las trágicas cuestas de Izumar.

En las montañas circundantes de Annual, los puestos de Buy Meyan, Izumar y Yebel Uddia fueron barridos, así como en otros en los que sus guarniciones fueron aniquiladas hasta el último hombre.




Ese mismo día, el 22 de julio, llega desde Melilla a Dar Drius el general Navarro con las últimas fuerzas disponibles que allí había podido encontrar. Tomó el mando e intentó reorganizar las deshechas unidades. Por unas pocas horas pensó en resistir en Dar Drius, ya que este lugar disponía de condiciones para haberse mantenido como línea de defensa “agua ilimitada, víveres abundantes y abundante repuesto de municiones”, sin embargo al día siguiente continuó el repliegue.

Es posible que el general Navarro se percatase de que podía producirse-lo que de hecho ocurrió-un levantamiento general de todas las cabilas de la zona, por lo que convenía retirarse lo antes posible hacia Melilla o hacia alguna posición cercana, donde pudieran mantenerse hasta que llegaran refuerzos. Y así se inicia una nueva fase de la retirada. El día 23 de julio, tras cruzar la llanura de Garet, llegaba hasta Batel.




 

Esta nueva fase de la retirada se produce cuando todo el Rif conoce el descalabro sufrido por el ejército español y las condiciones de su repliegue. La mayoría de las cabilas del territorio ocupado toman las armas y se levantan contra todos los blocaos y posiciones en las que los soldados y sus jefes sucumbieron entre el fuego y las gumías rifeñas, y entre la dignidad de muchos y la cobardía de pocos, entre ellos algunos jefes que no supieron hacer frente a la responsabilidad que la historia ponía ante ellos.

El día 23 de julio comienza un nuevo calvario para las tropas españolas que van retrocediendo bajo la presión del fuego enemigo de posición en posición. Desde El Batel, Tistutin, hasta llegar finalmente a Monte Arruit el 29 de julio, una última etapa tremendamente difícil por la penuria física de la topa y donde entre tanta confusión brilló la heroica actuación del capitán Arenas. (1)

Durante estos días habían sufrido el hambre, la sed, el miedo y la muerte en una tierra que se les había vuelto hostil por los cuatro puntos cardinales, y en la que habían logrado sobrevivir, merced al aguante de algunas unidades que habían mantenido su operatividad, entre las que tiene un lugar de honor el regimiento de Cazadores de Alcántara, cuya caballería, al mando del teniente coronel Primo de Rivera, se convirtió en el sustento de esta retirada.

Un Regimiento que tras 90 años de espera, en al año 2012, recibía la Cruz Laureada de San Fernando por su actuación heroica a lo largo de todas las trágicas jornadas desde el mismo momento en que comenzó la caída del frente de la Comandancia de Melilla y cuya hoja de servicios merece ser recordada.

El Regimiento de “Cazadores de Alcántara”14 de Caballería contaba con cinco escuadrones de sables —jinetes armados con sable y carabina— y un escuadrón de ametralladoras, también a caballo. En total, cerca de 700 jinetes


                     

                         Regimiento Alcántara en formación
 

El 19 de julio, tras fracasar todos los intentos para socorrer la posición de Igueriben, cercada por las harkas de las cabilas sublevadas, el Regimiento “Alcántara” recibe orden de concentrarse en Dar Drius, ya que sus escuadrones se encontraban desplegados en diferentes campamentos. El mando lo ejerce el segundo jefe del Regimiento, teniente coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, ya que el coronel Manella se había hecho cargo de la circunscripción de Annual tres días antes.

El 21 de julio, el escuadrón de ametralladoras participa en el último intento de socorrer la posición de Igueriben. Por la tarde, cae Igueriben y el Regimiento “Alcántara” recibe orden de regresar a Dar Drius —a 35 km, por terreno montañoso—y mantener despejada la ruta, lo que logra a pesar de ser hostigado por las cabilas rebeldes.

El 22 de julio de madrugada recibe la orden de dar seguridad con la ocupación de una posición intermedia que contribuya a mantener despejado el camino entre Dar Drius y Annual. Pero los acontecimientos se precipitan y, cuando están reconociendo la posición, ya se ha iniciado el repliegue de la fuerza de Annual —cerca de 3.000 hombres, el grueso de la Comandancia General de Melilla—. La policía indígena, una de las unidades que cubría los flancos, traiciona a las tropas españolas y dispara contra la columna en retirada, que queda desprotegida y es también acosada por las harkas sublevadas en un terreno muy difícil. El “Alcántara” recibe orden de avanzar hasta el paso de Izumar para proteger la retirada, pero antes de llegar se encuentra con un tropel aterrorizado y confuso ante la consumada traición. Los escuadrones del Regimiento toman posiciones en varias alturas para proteger la retirada y dar tiempo a que las fuerzas de Annual marchen sin presión enemiga.

Tras su paso, el “Alcántara” comienza un repliegue escalonado. Una vez rechazado el enemigo, los jinetes, con sus caballos al paso, van recogiendo a los rezagados que se encuentran heridos o agotados. Cada soldado de caballería lleva en la grupa de su caballo uno o dos soldados de la fuerza de Annual o marcha a pie para transportar heridos sobre su montura. Nada más llegar, sin quitar monturas —por si hay que volver a salir a combatir—, ni dar de beber a los caballos ni comer el personal, el “Alcántara” se encarga de la protección del campamento de Dar Drius.

El 23 de julio fue el más duro para la unidad. A las cuatro de la mañana, se reúnen por última vez los clarines del “Alcántara” para tocar diana. Sus escuadrones realizan diversas salidas para proteger el repliegue de las fuerzas que se retiraban de diversas posiciones próximas —Tafersit, Azib Midar, Ain Kert, Carra Midar, Chaif...—, sobre Dar Drius. En total, cerca de 5.000 compañeros. En estas salidas efectuaron al menos cinco cargas, dos persecuciones al enemigo y un combate pie a tierra durante media hora.





Una de las salidas se realizó para proteger el repliegue desde Chaif. El teniente coronel Primo de Rivera, al frente de 192 jinetes, salió al encuentro de fuerzas muy superiores que trataban de envolver la columna en retirada. Cargó con gran brío y combatió cuerpo a cuerpo diferentes veces, logrando atravesar la línea enemiga, dar la vuelta y atacar por la espalda a los rifeños, haciendo huir al enemigo al que persiguen con fuego a caballo. Por esta acción se le concedería al teniente coronel Primo de Rivera la Laureada individual. (2)

A mediodía, el Regimiento recibe la orden de despejar la carretera a Batel, puesto que un convoy de camiones, que transportaba heridos e impedimenta, está bloqueado al recibir fuego desde unas lomas. El Regimiento sale al completo, articulándose en dos grupos, con una sección de ametralladoras cada uno. Todos se ven obligados a combatir, tanto a pie con fuego de carabina como con cargas al arma blanca, con el apoyo de las ametralladoras.

Las bajas son numerosas pero, una vez conseguido el objetivo, el “Alcántara” da media vuelta y regresa hacia Dar Drius. A unos dos kilómetros de la posición, los jinetes ven que Dar Drius está ardiendo y que ya sale la vanguardia de las fuerzas, una extensa columna de más de 2.500 hombres y casi 300 caballos y mulos, en dirección a Batel. Por ello, los componentes del Regimiento se dirigen hacia Batel, pero esta vez con el propósito de despejar el camino a todo trance, para facilitar el repliegue de las tropas, lo que le va a suponer constantes combates a los flancos de la carretera, pues el enemigo es cada vez más numeroso, al unirse las harkas de cabilas hasta entonces amigas. En el río Igan, el enemigo es muy numeroso y está parapetado en el barranco que forma su cauce, por lo que el “Alcántara”, articulado en dos grupos de escuadrones, se ve obligado a efectuar varias cargas al arma blanca, sufriendo numerosas bajas, entre muertos y heridos.



           Las cargas del rio Igan por Ferrer Dalmau
                 

Tras llegar a Batel, los jinetes del grupo de vanguardia continúan hacia Tistuin, donde el jefe de la posición les ordena que se dirijan a Zeluán, mientras que el segundo grupo queda en Batel y Tistuin.

Al acabar el sábado 23 de julio de 1921, sobreviven solamente 218 cazadores del “Alcántara”, algunos de ellos heridos. Pero el Regimiento, aunque prácticamente deshecho como unidad, aún existe en el espíritu de sus cazadores, que van a seguir luchando —y cayendo en combate—, incluso desmontados; es más, se les va a confiar la defensa de puntos especialmente importantes: a unos la alcazaba y el aeródromo de Zeluán y a otros la puerta de Monte Arruit.


 

Y será Monte Arruit el principio del final. Un punto y aparte en la historia del Desastre de Annual que pondría en peligro a la misma Melilla.





(1) https://www.elmacutodelreservistavoluntario.es/heroes-y-heroinas/el-capitan-arenas-/

(2)https://www.elmacutodelreservistavoluntario.es/heroes-y-heroinas/la-carga-del-regimiento-de-alcantara/